VIDA ORGÁNICA

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Orgánico, ca.

(Del lat. organĭcus).

1. adj. Dicho de un cuerpo: Que está con disposición o aptitud para vivir.

2. adj. Que tiene armonía y consonancia.    

El modo de vida orgánico enfatiza la salud del suelo, del reino vegetal, animal, humano y del planeta de manera holística, como un todo integro, indivisible. Más que una responsabilidad o una moda, es una realidad inherente al ser humano, pues estamos hechos de materia orgánica, como el resto de nuestro hogar, el planeta Tierra. Solo hay que despertar a esa verdad y emprender el camino de retorno a nuestros orígenes, reaprendiendo a vivir en conciencia, aprendiendo de los saberes tradicionales ancestrales -como los de la cosmovisión andino-amazónica- que se encuentran aún vivos en la contemporaneidad y que enfatizan la coexistencia más holística en este mundo.

Esta es una opción más y, como toda opción de vida, es un aprendizaje constante e infinito desde la conexión más profunda y genuina. Lo maravilloso es que nos brinda lo que todo ser humano desea: ser feliz. Y lo más extraordinario es que el tipo de felicidad que produce es una que tiene efecto a largo plazo, no es placer momentáneo. Además, es una felicidad y bienestar con efecto rebote hacia todo y todos.

Poco sirve que nos digan que hay que hacerlo. Puede ser el primer paso pero, sobre todo, se comprende y se interioriza hasta volverse propio una vez que se experimenta. Esto me hace recordar una frase que se adjudica a Buda: “no me creas, experiméntalo por ti mismo”.

Antes de bombardearlos con información específica sobre estos menesteres orgánicos, ecológicos, sostenibles, deliciosamente saludables y conscientes, quisiera compartir parte de mi propia experiencia en este camino sin fin. Pues creo que mediante las experiencias de otro uno puede sentirse inspirado. Así que mi intención es no solo informar, sino también inspirar…espero poder hacerlo.

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Todo empezó, un grato día de 1979, cuando decidí explorar este planeta Tierra. Nací entre el auto y la calle, en Lima, Perú. Del vientre de mi madre, pasé a las cálidas manos de mi padre. Crecí en un hogar en donde me inculcaron una manera de vivir influenciada por un estilo de vida saludable, en armonía con la naturaleza, en contacto con el arte e historia. Con una motivación a explorar y valorar los rincones y gente de mi país y el mundo. Descubrí, en la adolescencia, la práctica de Mindfulness (Conciencia Plena) mediante la contemplación e interacción en la naturaleza, el arte y, más adelante, en la práctica de meditación, el yoga y la cocina. Al incursionar, no solo en cocinas de restaurantes, sino también en la cocina de monasterios budistas, confirmé que el acto de cocinar y comer es una práctica también de Conciencia Plena, que nos ayuda a conectar con nosotros mismos en el momento presente, para así beneficiarnos y beneficiar a quienes nos rodean de sus propiedades.

Brisa

Una de las primeras semillas que fueron sembradas en mí hacia la búsqueda de encontrarle más sentido a la vida y de vivir en más conciencia, fue cuando mi abuela enferma de cáncer y la alimentación en mi hogar, por decisión de mi madre, se vuelve más saludable de lo que ya era. Tenía nueve años y mis loncheras incluían quinua, kiwicha, arroz integral, yogur natural, mucha verdura y fruta. Totalmente bizarro en esa época. La tienda Madre Natura era como ir a la bodega de la esquina. Las algas y el gomasio se servían en la mesa.

Las golosinas no eran bienvenidas, fueron dosificadas y de forma escasa. Si mi vida hubiese transcurrido entre las cuatro paredes de mi casa y “la mama” no hubiese llegado de su “día de salida” a rellenar el cofre del tesoro con galletitas, probablemente nunca hubiese probado golosina chatarrera alguna. Los postres caseros sí eran bienvenidos, y me encantaba prepararlos junto a la mama, la abue, mi madre o mis amigas. Un día de otoño, en una chocolatería belga en Brujas, mi madre me invitó un chocolate. No era cualquier chocolate chatarrero, era un mendiant bitter con almendras y pasas. Tenía 14 años y, ese momento abrió la caja de Pandora en mí.

A los 15 años decidí volverme vegetariana por proteger a los animales, pero también era una adolescente y mi ansiedad, frustraciones y carencias las calmaba con golosinas a escondidas. Leía a Kafka, Herman Hesse, Milán Kundera, libros de autoayuda que le encontraba a mi madre… hasta que un día llegó a mis manos uno sobre budismo. Empecé a practicar meditación, a leer más y asistir a talleres y retiros de diversas corrientes. Me enteré que recomendaban una dieta vegetariana, como ayuda para mantener el cuerpo y mente en balance, saludable física y energéticamente. Luego empecé a practicar yoga y continué descubriendo más el vasto mundo vegetal y la importancia de la alimentación. Fueron varios años de interiorizar y comprender realmente que “el alimento es medicina y la medicina alimento” (Hipócrates). Es distinto que te lo digan a tomar conciencia y experimentarlo.

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Después de cinco años de vegetarianismo, de pérdidas, encuentros y más búsqueda, me provocó una jugosa hamburguesa. Sin más, sin pena alguna, con total sinceridad y responsabilidad de mi acto, decidí comerla y gozarla. Ese fue el inicio de mi “flexeterianismo”. El radicalismo lo dejo para otros. Fue un momento más en la búsqueda de mi propia identidad y autenticidad. No me volví carnívora, sino que empecé a escuchar atentamente mi cuerpo con ayuda del yoga y la respiración consciente. Empecé a volverme más atenta de mi mundo interior y exterior. Mi cuerpo me pedía y me pide sobre todo una alimentación vegetariana y bastante vegana. Las golosinas y chatarras son igual de escasas en mi vida que la carne. Sin embargo, si me provoca o me invitan, pues lo como. No me sienta de maravilla, pero lo disfruto. Soy realmente feliz con el mundo vegetal, lo necesito, se me antoja, me provoca una sensación de bienestar general que llega hasta cada una de mis células.

Cocinar y comer

El cocinar y comer, sobre todo de manera vegetariana y en conciencia plena, fue algo que descubrí como parte de mi crecimiento en esta vida. Durante mis primeros meses en la escuela de cocina se aclaró que cocinar era también estar, hacer y vivir en Conciencia Plena más que simplemente cocinar. Además, quedaba claro que quería que las personas disfrutaran, sintieran placer y bienestar en todo su cuerpo.

Más allá de los cursos de nutrición que me enseñaron, seguí investigando desde cursos a distancia en Ayurveda hasta zambullirme en libros e información sobre la alimentación en el antiguo Perú, entre otros. Empecé a poner en práctica la información teórica, mi cocina ya no solo buscaba viajar mediante sabores y aromas, sino también el balance entre ellos, que el origen y combinación de los ingredientes proporcionaran salud. La experimentación se fue dando de manera intuitiva: el acto de cocinar y crear empieza desde la conexión con mi mente, mi cuerpo, el tiempo y espacio.

Mi contacto cercano con la naturaleza, las compras en mercados desde mi infancia con mi madre, el cosechar cocinar junto a “la mama” y comer el producto que brinda la tierra directamente del mar o de una huerta de amigos o de mi madre, fueron calando en mí. Respetar, venerar, criar, cosechar, nutrir, cuidar y, sobre todo, transmitir amor incondicional por medio del apasionado acto de cocinar fue algo que se desarrolló a lo largo de mis años en diversas cocinas. La semilla principal para encontrar mi medio de expresión y conexión, así como este modo de vida, se sembró en el fogón del hogar en el que crecí, con el amor incondicional de “la mama” piurana, Carmen Pacherres. Gracias a ella me volví cocinera, gracias a ella el llamado de mi corazón se hizo escuchar y pude encontrar mi modo de vida, mi pasión y mi camino hacia las raíces.

¿Cuál es el llamado de tu corazón? ¿Por medio de qué sientes que tu cuerpo vibra alto? ¿Cuál es tu camino hacia el regreso a los orígenes? …Ve al mar, a la montaña o al bosque. Contempla con todos tus sentidos en silencio por unos minutos mientras respiras, de repente la respuesta aparezca, si aún no la sabes.

El artículo fue publicado el 3 Junio, 2014


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